lunes, 20 de agosto de 2012
Quizás sientas que los papeles te tapan la vista,
que es necesario flotar en círculos
por encima del escritorio
-vuelo rapaz de todo lo que creen que sos
y ni siquiera se parece a tu nombre-.
Todo ese concepto se te escapa en un bostezo,
en el aburrimiento de lo que la gente piensa,
en lo que pretenden que hagas para ser uno de ellos,
pero eso, como casi todo, es un instante.
Cierras la puerta y todo queda afuera,
De un minuto a otro dejas al abogado en esa silla
envuelto en el menú diario
en los caminos posible que repite de la casa al trabajo
del trabajo a la calle
de la calle a la gente que amanece enojada
por no poder comprar su pedazo de cielo norteamericano.
No hacen falta prólogos para explicar tus demandas,
ni las suyas,
ni hacen falta firmas al final de los poemas que rompes a diario.
El vuelo sigue girando en si mismo,
y no es otra cosa que la mecha cíclica de tu historia.
preparada, expectante,
nacida para reventar y sepultar
los escritos en tu cara
y en la de los que leen tus páginas,
tus sellos,
tu cuenta bancaria,
tu celular,
tu boca,
tu auto,
tu alma pobre, sucia,
parecida a la de muchos,
que no quieren ver en sus espejos,
en sus casas, en sus familias,
en sus novias,
en su sexo aburrido,
en su cariño falso,
sus abrazos rotos para amigos nuevos
sus sonrisas de principio de mes,
de drogas desperdiciadas en música horrible,
de generosidades esporádicas.
Y al final te das cuenta que toda esa historia vuelve hacia uno,
Como el principio de un poema donde el prejuicio era hacia vos y no al revés.
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