viernes, 10 de octubre de 2008

Ars Poetica

Detrás de una vidriera,
sentado en un café,
un hombre cuenta los pasos que lo separan de un poema,
repasa un mismo verbo hasta gastarlo
y parece no entender
que no es cuestión de medir distancias.
-por si pasara algo interesante-
lleva en la mano un Rivadavia bastante roto,
el último poema le costó
varios golpes en las tapas,
una rotura de espina
y un par de hojas sueltas.
Cuando consigue concordar dos ideas
se apura en armar un verso.
Cuando fracasa, culpa a su mala memoria,
al descuido en la calle,
a la velocidad de los días.
Entonces promete nuevos comienzos,
un horizonte sano,
una gasa limpia que facilite un poema.
Pasa sus días a dieta,
le tiemblan las manos cuando lee a Cortázar;
arremanga las hojas en blanco
arruga sus brazos
y al final, cansado,
abre su cuaderno y asume el fracaso
como el inicio de un nuevo poema.