Primera vuelta: reconocimiento.
Es necesario descifrar las imágenes dentro de las casas.
Barra, espacio, barra, espacio, barra…
detrás estoy escribiendo lo que el Vigía hará.
Vuelta de cuadra, nueva estrofa.
Juegos de luces a puertas abiertas,
el sosiego es la televisión con el volumen fuerte.
Tres casas adelante, contra un portón
un perro ladra
y el vigía apura el paso.
La seguridad tiene forma animal.
La calle ofrece otras postales, un sueño deportista.
Alguien ha pateado la pelota,
el viento simula el movimiento de una red.
El Vigía volvió a ser joven
-todavía odia el fútbol-.
Dos renglones abajo, he escrito.
El Vigía dobla la esquina,
la avenida le enseña un nuevo rictus,
aprende la velocidad de una ciudad
y cree que el progreso se mueve al ritmo del reguetón.
Vuelta de hoja.
Ha llegado al lado eterno de la manzana.
Los monoblocks son la fotografía del barrio,
la infancia que perdura trepada en las tapias,
entre declaraciones escritas en las paredes.
Plantas y rejas,
de fondo dejaron dos ventanas abiertas a la calle.
Discos sobre libros,
cuadros que hacen de cimientos,
cuadros sobre libros, libros sobre libros.
En todo arte hay un anhelo de salvación.
Esta casa respira.
De vuelta al comienzo. Hoja nueva.
Barra, espacio, barra, espacio, barra…
El Vigía me ha mirado la cara,
en su mano tiene una muerte inventada para mi.
He soltado la lapicera, he dejado de escribir,
pero él se mantiene, sigue siendo.
Su ofrenda ha pasado de la mano hasta la mesa.
Barra, espacio, barra, espacio, barra…