Supe que todo había terminado
cuando vi su cuerpo quieto,
me vestí y escapé del recuerdo.
La ropa todavía tenía su olor,
una mezcla de jazmines y tristeza.
Todo se acabó.
No sobrevivió, dijo el doctor,
mientras su cuerpo se mecía en mis brazos
y era como la luna de enero.
Todo se había vuelto difícil,
su madre hacía el inventario,
sus hermanos perdían el luto.
Y yo seguía allí,
mirándola, sin hacer nada,
sin entender nada.
Me fui corriendo,
afuera llovía,
me esperaba el camino a casa
largo, solo y sombrío.
domingo, 7 de octubre de 2007
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3 comentarios:
Nada es más insoportable que un final trágico que se anuncia y nunca llega.
La fatalidad pre anunciada, eclipsa la percepción de lo mejorado, y una vez más, vuelve a ganar la desesperanza, siempre subsidiada por los pesimistas (que no es otra cosa que una de las múltiples formas que adopta la cobardía).
El pesimismo es letal, tan letal como la estupidez.
Pesismismo al fin: Paralítico que paraliza, nunca está: apenas yace.
Aguante el blog, que hace bien en esquivar lo que no merece ni la distracción de ser criticado.
No esperaba menos dequien tiene el mismo nombre que Rousseau.
Y podrías ponerle más datos al perfil, Juan.
Un abrazo
Tu hermano
la luna de enero puede ser la más triste del mundo y te imagino estático-por-dentro, moviendote por esas calles extrañas.
ser sincero es ser potente.
gracias por haberme leído, en serio.
te mando un abrazo que de seguro no nos daremos nunca - pero la intención está.
:*
Tengo que decirte que me gustó mucho, aunque llama al silencio.
saludos
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